Carlos Guzzetti y Daniel Waisbrot en la mesa inaugural del ciclo
Publicada el 28/03/2018
Más
allá de la psicopatología
Presencias de Eros en la
clínica
Carlos Guzzetti
Entre los aniversarios a destiempo que hoy
celebramos, los 25 años del Colegio de Estudios Avanzados y los 20 del Colegio
de Psicoanalistas agrego el mío propio, 10 años de miembro del Colegio.
Participé del primer año del original, allá por 1992 y luego de un largo
interregno me incorporé al actual. En ese momento hice una presentación sobre
la amistad, que algunos recordarán y que hoy me permite abrir, a la manera de
Windows, la primera solapa del tema del año que iniciamos hoy.
Cuando resolvimos en nuestra asamblea anual el
título que nos convoca, creo que nos impulsó fuertemente el sedimento del tema
del año pasado, cuando pusimos la mira en las versiones clínicas y sociales de
la pulsión de muerte. Discutimos, disentimos y acordamos sobre muchos aspectos
explorando los recovecos más oscuros de nuestra labor. El pesimismo militante
de Freud sobre lo irredimible de la naturaleza humana y lo inexorable de la
repetición (humanista trágico lo llamó el año pasado Rafael Paz) siempre deja
un sabor agridulce y una pregunta sobre la función y alcance de nuestro oficio.
Recorrimos a lo largo del año cuestiones como la violencia sobre las mujeres,
el suicidio, el sufrimiento adolescente, las relaciones iatrogénicas de pareja,
la crueldad del capital financiero y mucho más. Son los temas por los que
nuestros pacientes consultan y solicitan nuestra ayuda.
Este año quisimos cambiar la perspectiva de
nuestra mirada y preguntarnos sobre los recursos, tanto los subjetivos, como los
propios del dispositivo analítico y los sociales, que ponen en movimiento,
permiten salir del estancamiento neurótico, de la desorganización y el
padecimiento psíquicos, para contribuir a hacer de la vida una que valga la
pena ser vivida. En definitiva poner el acento sobre lo que hace progresar el
trabajo de un análisis, ya no entonces sobre las resistencias sino sobre las
facilitaciones.
Como decía, la amistad, el amigo, es uno de
los principales recursos con que cuenta un sujeto para sanar. El extraordinario
Oliver Sacks dijo en Despertares:
“La
amistad posee virtudes curativas, y todos somos un poco médicos de los demás.
No hallaremos mejor medicamento en nuestra vida que un amigo fiel. Y el mundo
es el hospital donde tiene lugar la curación.”
Cuando un paciente llega a consulta por
primera vez suelo preguntarle si tiene amigos, de dónde los conoce, qué clase
de vínculos mantiene con ellos. Es un indicador diagnóstico de primer orden, nos
permite inferir la trama que sostiene sus posibilidades de alcanzar un poco más
de felicidad en la vida. Los momentos depresivos, por ejemplo, tienen un muy
diferente pronóstico si el paciente tiene amigos que si está aislado. Las
mejorías en un tratamiento suelen estar acompañadas de una vida social más
amplia y de una profundización en los vínculos de amistad. Son observables
clínicos muy evidentes.
Y esto me permite abrir un breve comentario
sobre el título del año: “Más allá de la psicopatología”. Cuando hablo de
indicador diagnóstico no me refiero a que permita distinguir de qué estructura
psicopatológica se trate sino precisamente de diagnosticar cuán accesible a
nuestra intervención es quien tenemos delante. Esta perspectiva atraviesa las
distintas categorías psicopatológicas y condiciona nuestro modo de abordaje,
siempre singular.
La amistad es un
destino del amor que no alcanza a ser definido ni por la sumisión al superyó o
al ideal, ni por la inhibición de las metas sexuales. Ni filial, ni paterno, ni
fraterno, al amigo nos une un lazo alejado de la intención de dominio o
apropiación del otro y que es ocasión de una realización compartida de deseos.
Muchas veces he escuchado decir, al modo de
resistencia a encarar un tratamiento, que es innecesario pagar por ser
escuchado cuando se tienen amigos con quienes hablar, dando por sentado que sus
funciones son equivalentes. Así y todo muchos de ellos llegan al consultorio, dejando
así en evidencia que el analista no es un amigo, pero hay algo que emparenta
ambos lugares.
La transferencia analítica es heredera del
curioso análisis originario de Freud con Fliess en el contexto de una amistad
intensa y pasional de final bien conocido. La transferencia es amor, éros, -el sentido freudiano se aleja
sustancialmente del griego- y tal vez debamos pensar como filía lo que Freud llamaba “transferencia positiva”, esa función
del amor que motoriza el deseo.
Los antiguos griegos distinguían esos dos
términos que nos han llegado –con las metamorfosis producidas por la distancia
epocal—como la disyunción “amor-amistad”. Digo entonces que si el amor de
transferencia en sus vertientes resistenciales negativa o erótica puede invocar
a éros, la transferencia positiva,
cuando la cosa marcha, está del lado de la filía.
Estamos habituados a pensar la serie de las
castraciones, oral, anal, fálica, alienación-separación, lo real imposible -se
las ha nombrado de muchos modos-. Son las maneras y momentos en que la ley se
inscribe en el infans, lo sujeta, lo “edipiza”, y eso condiciona el modo de
dirigir la cura. Me refiero a los análisis “edipizantes” o a los centrados en
“la falta”. Los que en su momento hicieron decir a Deleuze y Guattari: “En el
frontón del gabinete está escrito: deja tus máquinas deseantes en la puerta,…entra
y déjate edipizar”.
A esa serie de castraciones: una autora que
muchos conocen ya que estuvo aquí como invitada hace un par de años, Radmila
Zygouris, en un trabajo titulado “El niño del júbilo” señala otra serie de
experiencias, la del júbilo, que traza una línea directriz entre tres autores:
“Sobre
qué experiencias precoces –se pregunta- se apuntalan el deseo y las capacidades
del hombre para rebelarse de una manera no patológica y vivir por fuera de la
sumisión ‘voluntaria’, así como para ser alegre en desmedro de una realidad que
no lo alienta demasiado”.
Debate con Freud el fort-da, señalando que el juego es una creación del niño para
dominar su dependencia relacional, un acto de libertad jubiloso en la
desaparición y el reencuentro con el carretel. Coincidentemente Ricardo Rodulfo
ubica en esa experiencia un deseo de separación de la madre, un impulso
libertario.
La otra
experiencia de júbilo es la que Lacan describe en “El estadio del espejo”. La
captura anticipatoria de la Gestalt
que da forma a un yo unificado, separándolo del cuerpo del otro, es asumida
jubilosamente por el cachorro humano, que experimenta de este modo una
independencia fundante.
Finalmente, en las observaciones de Winnicott,
el momento de constitución del objeto transicional, encontrado y creado al
mismo tiempo, tiene un tono jubiloso.
Estas experiencias son posibles si el entorno
de crianza es favorable y les permite desplegarse sin interferencias ni
demandas excesivas y constituyen una condición necesaria aunque no suficiente
para el desarrollo de recursos vitales en la vida adulta. Un niño que ha podido
experimentar plenamente su júbilo tiene mejores probabilidades de enfrentar con
menor sufrimiento las adversidades de la vida preservando la alegría.
Considerar la experiencia clínica desde esta
perspectiva nos hace valorar las herramientas con que contamos para ello.
Señalo dos más:
En primer plano, el humor, del que Freud se
ocupó en 1927. Allí señala que en el humor el principio del placer logra sobreponerse
a la adversidad de las circunstancias reales, manifestándose como un triunfo
del narcisismo, “victoriosa confirmación de la invulnerabilidad del yo”. Le
otorga un lugar entre los recursos que el aparato psíquico ha desarrollado para
rehuir el sufrimiento, por medio del desplazamiento masivo de investiduras
sobre el superyó, para quien el yo resulta entonces insignificante. Aparece así
en el humor la figura de un súper yo benévolo, que consuela al yo de su
pequeñez proporcionándole un goce placentero, como si le dijera: “Todo esto que
te angustia, el mundo peligroso que te amenaza, no es más que un juego de
niños”.
La práctica enseña el enorme valor de la
actitud humorística en el trabajo de análisis. Recuerdo a un antiguo paciente
que se sabía insoportable porque sufría espantosamente cada contrariedad de su
vida, de la que por lo general era responsable ya que se metía en problemas
todo el tiempo. Sesión tras sesión repetía su letanía lastimera, aunque siempre
conservaba un sentido del humor que provocaba interrupciones risueñas en los
contextos más dramáticos. Un día me preguntó por qué yo lo soportaba y le
respondí lo primero que me vino a la mente: “por tu humor”. Esa intervención
dio ocasión a otras aperturas del tratamiento.
Si el humor alivia la severidad del súper yo
significa que trabaja en el mismo sentido que el análisis. Una afirmación de
Deleuze ilumina otro aspecto:
“El humor es inseparable de una fuerza
selectiva: en lo que sucede (accidente), selecciona el acontecimiento puro.” Puede
“vincular a las pestes, a las tiranías, a las guerras más espantosas la suerte
cómica de haber reinado para nada” (Lógica del sentido, p. 159).
Una intervención humorística lograda puede
tomar el valor de acontecimiento, capaz de imprimir nuevos rumbos al trabajo
asociativo.
Con estas afirmaciones estoy muy lejos de
propiciar una posición “Patch Adams” que nos afilie a los payamédicos. Sin
embargo creo que un tratamiento que cursa por los carriles exclusivos de la
seriedad y la formalidad tiene menos oportunidades de avanzar que con una
disposición al humor y la alegría. Cabe aquí interrogar los conceptos –que ya
discutimos otros años- de la neutralidad y la abstinencia.
Finalmente quiero indicar la importancia de la
creatividad, tal como la puso en valor la obra de Winnicott (Realidad y juego, Cap. 5). Seguramente
en la próxima reunión Alfredo tratará la cuestión in extenso. Esta capacidad de algún modo sustenta a todas las
otras, es la clave de la cura y la herramienta más poderosa del analista. La
apercepción creadora es lo que hace que el individuo sienta que la vida vale la
pena. En condiciones normales, con una razonable capacidad cerebral, con un hardware suficiente, todo lo que una
persona produce es creativo, salvo que esa capacidad se vea impedida por la
enfermedad o por factores ambientales muy adversos.
El análisis tiende a liberar la capacidad
creativa de las personas. Por ejemplo, Rolando inventó a los doce años el
recurso de jugar a la pelota con la zurda y con eso se curó la tartamudez.
Ercilia salió de un letargo deseante muy prolongado descubriendo su temprana
inclinación por el modelado de arcilla. Martín logró investir el cultivo de
cannabis como forma de superar una severa adicción a las pastillas y finalmente
se desinteresó por fumar yerba y sólo lo hace socialmente. Omar aprendió a
bailar tango como respuesta a un catastrófico desengaño amoroso.
Todos estos recursos van en contra de la
tendencia a la sumisión. La mayoría de nuestros pacientes viven sometidos a
otros, a mandatos de otros o a imperativos superyoicos y sufren por ello.
La amistad es todo lo contrario de una
relación de sumisión. El amigo es otro-sí mismo, está habitado por la
radicalidad de lo otro, es el diferente pero igual. Si una relación se inunda
de demandas de amor, termina con la amistad, reino del “saber callar” –como
afirmo en ese trabajo-.
Si las experiencias tempranas se han
atravesado con éxito, la alegría de la vida tiene un lugar posible, aun en
condiciones de adversidad, tales como las que vivimos a nivel global. La
alegría es insumisa, como lo es el humor.
Si dijera en este momento “¡Linda manera de
empezar el ciclo!” probablemente no nos sonreiríamos, salvo que se nos hiciera
presente la humorada del condenado a muerte que cuenta Freud. En todo caso
humor de cenáculo, pero contestatario, que ironiza sobre las contraseñas y
guiños compartidos.
La creatividad por propia definición es la
capacidad de transformar el mundo, de no entregarse pasivamente a sus
determinaciones.
Quedan fuera de este escueto inventario de
“presencias de Eros en la clínica” muchas otras, que seguramente serán
exploradas a lo largo de este año de trabajo, que deseo productivo y alegre.
Cintia Dafond, por ejemplo, se comprometió con un trabajo sobre la risa y la
curiosidad.
Ahora bien, no se trata exclusivamente de la
mayor o menor disponibilidad de recursos del sujeto que consulta sino también
de lo que el dispositivo pueda aportar. Los analistas estamos sometidos a las
mismas determinaciones culturales, ambientales, sociales, económicas y
simbólicas que nuestros pacientes. Sabemos del confort de una teoría abarcativa
y consistente –aunque no sea la Teoría del todo de Stephen Hawking- y muchas
veces nos entregamos perezosamente a las certidumbres que pueda ofrecernos.
Afortunadamente las más de las veces encontramos en nuestros maestros ese
espíritu inquieto que los ha llevado a inventar ideas y métodos, a veces
controversiales, pero siempre inspiradores para todos los practicantes de este
arte singular.
La creatividad, el humor, la alegría en el
trabajo, la capacidad de amistad, son condiciones imprescindibles para saber
ayudar a nuestros pacientes a vivir mejor y su puesta en juego en la
transferencia propicia un dispositivo flexible –elástico diría Ferenczi- capaz
de operar atravesando los cuadros psicopatológicos y las condiciones de
encuadre. Pensemos al respecto en los variados dispositivos clínicos que se han
inventado en instituciones públicas y privadas.
Quiero hacer mención a un concepto polémico en
nuestro campo como es la “resiliencia”, definida como la capacidad para
adaptarse positivamente a situaciones adversas. Salteándome las posibles
discusiones que el término y su uso suscitan sólo señalo que las condiciones
relacionales, culturales y sociales son la trama en la que puede desplegarse
esa capacidad.
A propósito de esto, el año pasado compartimos
con Daniel Waisbrot un espacio de reflexión en la Asociación –que continuará
este año- sobre los modos de concebir la socialidad, diferentes de la
dialéctica del amo y el esclavo hegeliana, o de la psicología de las masas
freudiana. La frase de convocatoria era “¿cómo
hacer psicoanálisis ‘en el horror de una profunda noche’?”, aludiendo a una
expresión de Alain Badiou a propósito del triunfo de Trump en EEUU. Se trataron
de explorar los rastros de Eros en la sociedad de estos tiempos -fase superior
de la fase superior del capitalismo-, apoyados en las reflexiones de algunos
filósofos contemporáneos –Alain Badiou, Byung-chul Han, Jorge Alemán, Jean-Luc
Nancy, Roberto Espósito y varios otros- que, cada uno a su modo, producen una
profunda subversión del concepto de sujeto social, que necesariamente incide
sobre la manera de concebir al sujeto del inconsciente. Tarea que espero se
incorpore a la agenda del año.
Para terminar quiero hacer alusión a la imagen
que identifica este ciclo. Se trata de la escultura del neoclásico Antonio
Cánova, Psyché reanimada por el beso del
Amor, de la colección permanente del Louvre.
Reproduce una escena de la compleja trama
mitológica –ojalá algún especialista pueda aportarnos una reflexión autorizada sobre
ella- de las peripecias del amor entre ambos. De todos modos a nosotros nos evoca
conceptos de la teoría, y aporta una imagen inspiradora: la reunión entre pasión y razón, representación y afecto, evocativa de la idea de cura en los orígenes del
psicoanálisis. Y para terminar con un final feliz, Eros y Psyché
como fruto de su unión tuvieron una hija llamada Hedoné (para los griegos) o Voluptas (para la mitología romana), la personificación
del placer sensual y el deleite.
22 de marzo de
2018
Más allá de la psicopatología.
La presencia de Eros en la clínica
Daniel Waisbrot
Freud
instituyó un saber psicopatológico. Es el psicoanálisis brillante de los
historiales clínicos, por ejemplo. Pero al mismo tiempo planteó que los sujetos
sufrimos por nuestra condición humana, por el estar en el mundo. En “El
malestar en la cultura”, advierte la existencia de distintas fuentes de
sufrimiento que no tiene que ver con la patología y produce un salto
epistemológico al hablar de “sufrimiento”, generando una
complejización teórica decisiva.
Quienes
consultan, lo hacen porque algo les fracasa en su posicionamiento subjetivo, o
porque algo de su deseo está perdido en una maraña intersubjetiva que no saben cómo
se ha construido y que participación tienen en eso que les pasa. Sufren porque
no logran encontrar los modos en los cuales desplegar y realizar en algún nivel
su sexualidad, sus relaciones de amor, sus intereses libidinales, sus ideales.
Entrampados muchas veces en resolver lo puramente autoconservativo, ceden en la
realización de los enunciados identificatorios que los constituyen.
Me
parece crucial sostener la tensión entre ambos modos de pensar las
problemáticas de nuestros pacientes, entre un saber que se pretende más universal,
estructural, si quieren, científico, y otro que apunta más a ese uno a uno de
cada vez, ese movimiento artesanal de la intervención. Pero también quiero
incluir en esta problemática, al analista. A que nos pasa en ese análisis, cada
vez.
Capicúa
Yo no voy a ser ese que le
pega a la mujer. Así se presenta Raúl en la primera entrevista de pareja. Nos
pusimos furiosos los dos, agrega Marcela, y él me agarró del cuello y me
empujó. Eso detonó la separación. Yo me estoy por alquilar algo. Raúl plantea separar
la convivencia, no la pareja. Yo la amo y ella también, pero lo más prudente es
separar las casas hasta entender que pasa. Por eso estamos acá.
En algún momento de esa
entrevista, cuentan de la edad. Ella tiene 24 y él, 42. Capicúa, dice Marcela sonriendo.
Pienso en ese momento, en una fantasía de completud que les estalla en la
pelea. Capicúa. Como Neuquén, agrega, redondito redondito. Raúl se sonríe.
Pareciera haber un alivio después de contar la pena. Quiero probar la
permeabilidad y les digo. Bueno, capicúa hasta que alguno de los dos cumpla
años. Mas risas, no, no, no, estás equivocado, dice Marcela muy divertida. Yo
nací el 1 del 12 y él, el 11 del 2, así que capicúa, capicúa para siempre.
Empecé a preocuparme.
El escribe en un diario
íntimo. Ella lo lee, no me entiende la letra e interpreta desde los celos,
quiero irme a tomar aire, me bloquea la salida, me sentí violado en mi
intimidad. Violado. Suena fuerte, dicha con furia. Ella lo mira, lagrimea.
Tenías que usar esa palabra. Me salió, que querés, en algún momento tenemos que
hablar de eso. El momento llega después de cuatro entrevistas o sesiones. La
idea de separar la convivencia se realiza, no sin fantasías mutuas de
separación. Trabajamos esa diferencia. Los dos dicen estar muy cargados de las
historias familiares. Percibo fuertemente que son historias muy densas y todo
el tiempo que se acercan al tema, se alejan. No los apuro. Les digo que cuando
quieran me pueden contar pero que si no quieren no me cuenten. La palabra
“violación” aparece todo el tiempo y percibo la necesidad de cuidarme de
aparecer ligado a ella. Vengo de una familia de pedófilos, larga Raúl así como
así, como si fuera un tema que tiene muy trabajado en su análisis. Mi tío abusó
de mi madre toda la vida, aun cuando estaba de novia con mi padre. Él era un
boludo, nunca vio nada. Mi madre tiene dos hermanos. Este que te cuento y una
hermana. Ella abusaba de mí. Se acostaba en mi cama y me obligaba…seis…siete
años…me hacía sexo oral. Cuando fui un poco más grande me obligó a hacérselo
también a ella. Diez, once años. Mi tío miraba y se masturbaba. Cuando fui
grande y lo encaré al hijo de mil puta, me dijo “pero yo nunca te toqué”. Desde que murió mi padre hace diez años no
veo más a nadie de ellos. Hice un juicio y logré que la casa de mi padre quede
a mi nombre. Todos cómplices, no los vi más.
El discurso firme de la
primera frase “vengo de una familia de pedófilos”, se fue haciendo más
quebradizo. Cada tanto, Marcela lo tocaba, lo miraba, lo acariciaba. Ahora me
toca a mí, dijo. Solo si querés hacerlo, volví a insistir. Es que es
indispensable para que entiendas lo loco de estar juntos. Yo no sabía nada de
eso de la historia de él. Nos conocimos en el trabajo (una dependencia del
Estado). Estábamos en sectores distintos, pero nos cruzábamos. Ahora está todo
complicado, viste como es, no te dan trabajo para hacer, te transforman en ñoqui
y después te echan. A mí todavía no me llegó pero me aterra cada primero de mes
que me llegue el telegrama de despido. Él está peor. Raúl interviene.
Básicamente dejé de tener un puesto jerárquico y pasé a ser un cadete. Me
quitaron todo, cargo, oficina, hasta la computadora. Por ahora no me echaron.
Mi jefe dice que me está haciendo un favor. Así no te van a echar, yo te rebajo
y nadie dice nada, no apareces más, así protegemos tu sueldo. Él es buena onda,
también es una víctima. No voy hace cuatro meses por depresión. Mi trabajo me
deprime mucho. Pero este no era el tema.
Pienso sin decirlo, que
este también es el tema, el efecto multiplicador del abuso en el mundo del
trabajo que habitan. Me aparece la idea de maletre[1].
Ya no el malestar freudiano que llena el mundo de los neuróticos, sino el malser, la desazón, la caída de todo
referente que sostenga. La hipótesis con la cual trabaja Kaes, es que los
debilitamientos de los garantes de la
vida social afectan a los garantes de la
vida psíquica. Pienso que Raúl y Marcela vienen de vidas complicadas, con
familias sin ley en las que no se ha podido instalar aunque sea la ilusión
necesaria de una garantía cuidadora. Y parece que el trabajo y el Estado, lo
replican. Me parece imprescindible trabajar este tema en las sesiones, generar
las condiciones elaborativas para procesar el desmantelamiento de la vida
psíquica que produce el malser en la
cultura[2].
Empezamos a salir, el
chiste de “capicúa” lo hice yo y a Raúl le encantó, fue un flash de la primera
vez. A los pocos meses estábamos
conviviendo…por una urgencia. Yo tengo
otorgada una perimetral con mi familia.
A mí me cuesta más que a él hablar de esto. Marcela duda, llora, se la percibe
tensa pero decidida. Hasta hace un año no podía hablarlo ni conmigo misma. En
serio, cuando quise empezar a hablar, contárselo a mi terapeuta…no podía. Me
paraba sola frente al espejo y me decía, dale, contátelo a vos misma…y no
podía. Ahora me cuesta, pero puedo…elijo muy cuidadosamente a quien. Lo loco es
que él no lo sabía tampoco. Después de la perimetral, ya hacía como seis meses
que vivía sola, y un día llego a casa y estaba la cerradura forzada, me asusté.
Entré y estaban mis padres y mi hermano adentro. No podés seguir huyendo de
nosotros, me cago en la perimetral dijo y enloquecí. Salí corriendo, fui a la
comisaría y viste como son, ni bola. Después lo llamé a Raúl. Me aterraba
volver al departamento. Me fui a la casa de él, le conté todo y me quedé a
vivir.
El apuntalamiento es
siempre en red, en múltiples lugares
simultáneos. En el cuerpo propio, en el cuerpo materno, en las condiciones de
crianza, en los espacios sociales.
Cuando alguno de estos lugares se
resquebraja, o cuando muchos a la vez
replican sus ausencias, es cuando el malestar
se agiganta en malser. A veces las parejas se organizan mucho más a
partir de esos apuntalamientos, mucho más cerca de la necesidad que del deseo.
No siempre el apuntalamiento es un proceso intermediario que permite el pasaje
a una retranscripción elaborativa. Podríamos decir, con Borges, no los une el
amor sino el apuntalamiento.
Cuando ella me contó, yo me
quedé helado, la contuve… recién varios días después le conté mi historia. Fue
mágico, nadie en el mundo podría entenderme como alguien que pasó lo mismo, y
viceversa.
Viceversa, capicúa, pienso,
pero no lo digo. En la elección amorosa interviene aquellos que Badiou planteó
como conjunción y diferenciación. Aquello que va a ser del orden del
reencuentro, de la historia, de la repetición, sería “función de conjunción”,
donde algo se contrae en lugar de expandirse. Pero también elección amorosa va
a ser encuentro como novedad instituyente, “función de diferenciación”,
expansión de la diferencia. Cuando en la clínica nos encontramos con que casi todo sucede del lado
del puro reencuentro, cuando la repetición insiste tanto, estamos en el terreno
de las problemáticas más serias del vínculo.
La sesión fue larguísima.
No podía cortarla. No quería. Y en ese momento del final, tuve la imperiosa
necesidad de decirles: bueno, les agradezco que hayan sentido la confianza como
para contarme estas historias tan duras. Me sorprendo de lo “imperioso” de
decirlo. Me quedo pensando en porqué lo hice. En esos instantes previos, pensé
en cambiar el “les agradezco” por algo menos intenso, como “qué bueno que…”
pero no. Era así el decir imperioso. Les agradezco. Algo más sucede cuando los
despido en la puerta. Cada uno al saludarme me abraza. Lo siento raro, pero no
mal. Tampoco bien. Raro. Percibo que
algo se instaló entre nosotros para ser analizado.
La caída del capicúa
Luego de varios meses se
hizo presente el tema de la sexualidad. Raúl tiene HIV desde hace más de diez
años. La pregunta acerca del contagio estaba en el aire. En las sesiones el tema eran los enojos de
Raúl y su agresividad, frente a situaciones conflictivas menores. Después se
calmaba y se excusaba. Cuando cogemos yo me pongo nervioso porque no puedo acabar y
ella se cansa después de un rato, es lógico. Es que va más allá, agrega
Marcela, no nos estamos pudiendo encontrar… tampoco en la cama pero no solo en
la cama. En esos días me animé a preguntarle y me enteré del porqué del contagio…eso me pesa.
Raúl se enoja y responde al borde del grito. Ya te lo había dicho mil veces, no
es de ahora, pasé un período oscuro de mi sexualidad cuando rompí con mi
familia. Me la pasé rompiéndole el culo a un travesti tras otro. Estaba
agresivo, hice lo que me hicieron. Pero eso fue hace más de diez años, sí, me
gustaba ser agresivo en el sexo, violento, romperles el culo… Pero eso ya pasó
hace mucho, no es así ahora.
Es cierto, conmigo es
tierno, pero a veces para acabar se pone…
¡¿Se pone que, se pone que,
te golpee alguna vez?! ¿Te rompí el culo alguna vez? Perdón que lo diga así,
pero… me enloquece este asunto de ser el violado-violador. Eso me enloqueció
muchos años, por eso me da miedo en tener hijos… no se… ¿yo estoy destinado a
eso Daniel? Leo cada cosa… ¿es así?
Evalúo que decir. La
expresión de Raúl es testimonio de lo ominoso. Me parece necesario decir algo
que permita salir de la idea de “destino inexorable”. Una semana después de
esos episodios, Raúl me escribe un WZ. Daniel buen día. Marce y yo cortamos la
relación. Queríamos ir igual para hablar del corte pero no va a poder ser. No
sé ni cómo contarlo, prefiero no hablar y seguirlo en mi análisis. Gracias por
todo.
Al día siguiente me llega
otro mensaje, esta vez de Marcela. ¿Puedo llamarte? Hablamos. Mi decisión es
firme. Se violentó porque en lugar de encontrarnos me fui a cenar con mis amigos del trabajo. Cuando
llegué después a su casa estaba furioso. Le tiró dos piñas a una puerta. Esto
es así para no pegarte a vos. Ahí me fui y no quiero más.
Fue como una sesión
telefónica. Marcela me contó lo que nunca había contado. Sus recuerdos estaban
teñidos de violencia. Golpes de todos contra todos. Al llegar la noche no podía
dormir, temía que alguien entrara por la puerta en la mitad de la noche. Yo no
tengo recuerdos nítidos de haber sido abusada, pero si tengo las sensaciones en
el cuerpo. Un día lo hablé con mi mamá que era con quien mejor me llevaba. Ni
bien empecé a hablar me agarró del cuello y me dijo “ni se te ocurra pensar que
fue tu padre el que te hizo esas cosas”. Fue como una confesión. Sigo sin
acordarme, pero tengo como flashes, todo se fue haciendo más nítido, pero los
golpes sí los recuerdo, por cualquier cosa y muy frecuentes. Por eso me fui y
por eso la perimetral. No pienso volver a ver a Raúl… estas sesiones me hicieron pensar que no se
puede… o que yo no puedo.
[1] «Malêtre» es el término –el neologismo– con el que el autor se refiere
a «algo distinto a un malestar («malaise»), más bien un cuestionamiento de la
capacidad de ser y de existir en suficiente acuerdo consigo mismo, con los
otros y con el mundo» (R. Kaës, 2012).
[2] Confrontados a la desazón en
nuestra cultura y al tratamiento del sufrimiento psíquico que ella genera, el
psicoanálisis debe poner a trabajar todos los recursos del conocimiento del
inconciente de los cuales dispone, en todos los dispositivos en donde el
inconciente se manifiesta y produce sus efectos. Lo que hoy puede el
psicoanálisis es tratar ciertas formas de la desazón contemporánea y dar cuenta
de ello a condición de explorar las relaciones que mantienen el espacio psíquico
del sujeto, el espacio de los vínculos intersubjetivos y el espacio psíquico
propio de las configuraciones psíquicas que son los grupos, las familias y las
instituciones. (Kaes, R. 2014)