Paradojas de la experiencia. De la experiencia traumática a la experiencia del trauma
Publicada el 21/09/2017 por Mariana Wikinski
Paradojas de la experiencia. De la experiencia
traumática a la experiencia del trauma[1].
Mariana
Wikinski
Pocos conceptos resultan tan inciertos como el
concepto de experiencia. Se escabulle como si se negara a ser objeto de un
pensamiento abstracto. En una coherencia absoluta entre cosa y concepto, haciendo
honor a su envergadura profundamente subjetiva, la experiencia se niega a ser
“concepto”, a ser objeto de algún tipo de abstracción. Alojada en las entrañas
del sujeto la idea de experiencia se desvanece ni bien intentamos pensarla en la abstracción
de un concepto.
Es este rasgo
elusivo del concepto lo que lleva a Martin
Jay a titular a su libro Cantos de
experiencia[2]. Este
título, nos dice, responde a la
diversidad de voces que a lo largo de la historia han intentado comprender el
fenómeno de la experiencia. Al mismo tiempo este título establece la
imposibilidad de que un solo canto, una sola voz, represente su complejidad.
Pero hay algo más: no se trata sólo de un concepto
difícil de aprehender, sino que en el intento de cercarlo nos hallamos con contradicciones,
paradojas incluso, y es acerca de ellas que intentaré hablarles, para llegar
luego a una reflexión acerca de la experiencia traumática.
Primera paradoja: acerca de su fundamentación
Hace muchos años, en 2006, se dictó en Flacso[3]
un curso que se llamó Experiencia y alteridad en educación. De
las tres palabras que componían el título del curso, me convocaba la segunda: “alteridad”, pero a poco de empezar la
cursada me di cuenta de que era la palabra “experiencia” la que habría de producir en mi pensamiento una
cierta conmoción. Hay palabras que uno
utiliza, y punto. Pero a veces esas palabras son objeto de revisión, reflexión,
análisis por otros que las desmenuzan, las miran desde todos los ángulos
posibles y logran que nos sintamos un poco estúpidos por nuestra
irresponsabilidad semántica.
Jorge Larrosa (uno de los coordinadores del curso) en su clase inaugural[4]
contó lo siguiente: “Hace unos días, en la cantina de alguna Facultad de
Educación, comenzó una broma a propósito de un tipo que quería escapar a la
determinación de su signo zodiacal, que decía que él no tenía signo zodiacal,
que no se sentía ni piscis ni virgo ni acuario ni nada... ahí alguien contó
que, en una ocasión, en la Argentina, se atrevió a decir que él no tenía
inconsciente, que hacía varios años que venía buscando su inconsciente pero que
nunca lo había encontrado... y, naturalmente, todos los argentinos presentes
dijeron que sí, que tenía inconsciente, que cómo no iba a tener, que tenía
inconsciente aunque no lo supiera, que todos tenemos inconsciente... alguien
dijo después que cuando los españoles llegaron a América tenían ciertas dudas
sobre si los indios tenían alma... aunque luego decidieron que sí, que tenían
alma aunque ellos no lo supieran, y que era necesario salvar su alma, aunque
ellos no vieran la necesidad... alguien dijo que algo parecido ocurre en España
ahora con esa cuestión del multiculturalismo, que cuando llega un emigrante de África, después de muchas
penalidades, alguien le dice que aquí todos tenemos cultura y que él,
naturalmente, tiene la suya, y que además la vamos a reconocer y la vamos a
respetar e, incluso, como ya pasa en algunas escuelas, se la vamos a enseñar.
Quiero decir que ya se nos ha implantado un signo zodiacal, un inconsciente, un
alma, una cultura... aunque no veamos la necesidad... y a ver si ahora se nos
va a implantar también una experiencia y todos vamos a tener que empezar a
buscarla, a reconocerla y a elaborarla.…”. Larrosa agregaba luego que si experiencia empezara a ser una palabra
fetiche, fácil de definir en algún sentido, entonces vamos a tener que
dejársela al enemigo y aunque sólo sea para llevar la contraria, empezar a
reivindicar la inexperiencia.
Entonces si estamos verdaderamente dispuestos a asumir
la indefinición de la palabra experiencia, incluso si estamos
convencidos de que en el mismo acto de definirla la corrompemos, la
adulteramos, que definirla podría ser
del algún modo normativizar su acontecer, quizás podamos acercarnos a un
modo fecundo de pensarla. Quizás debamos, para hacer honor a lo que esta
palabra sugiere, renunciar a cualquier intento de universalización en su
definición, puesto que en la intención de definirla estaría la clave de su
evanescencia, está la clave de cierta inautenticidad, está en cierto modo, el
riesgo de implantación colonizadora de una cosa
(sic) en el otro, cuando en realidad esa cosa
sólo adquirirá valor en tanto su inscripción concierne al registro íntimo del
propio sujeto. Entonces….
Segunda paradoja: en torno a su inscripción
¿Concierne a la experiencia lo nuevo, o lo ya
inscripto? Hablamos de experiencia cuando se produce un encuentro con lo que
trasforma, con la novedad, con lo que antes de su acontecer no tenía
inscripción, incluso aquello que pone en crisis la lógica que regía al sujeto
antes de ese encuentro transformador. Pero la experiencia concierne también a la
estabilidad, a los efectos, a las marcas de su inscripción, a su decantación.
Entonces ¿es experiencia en ese momento fugaz, transformador, y sigue siendo
experiencia cuando se transforma en huella definitiva, aún si resultara
inmutable, resistente a nuevas transformaciones? Y por el contrario, ¿podríamos
llamar experiencia a lo que a fuerza de ser siempre transformador y novedoso,
resulta irremediablemente fugaz?
Revisemos los conceptos
Erfahrung y Erlebnis. Reciben distintas traducciones. Habitualmente se traduce
el primero como experiencia y el
segundo como vivencia. Erlebnis sería la experiencia en bruto, sin
intervención de la conciencia, algunos dicen experiencia fugaz, efímera,
incluso sensorial. La Erfahrung está más
asociada a la clase de acontecimientos a los que atendió la conciencia, lo que
permanece.
Según los diccionarios de
alemán que consulté el prefijo “er”, que contienen ambas palabras, significa
“comienzo o conclusión de un proceso”. Fíjense que el prefijo se aplica
indistintamente a aquellos procesos en su inicio o en su final, denota una
transición, no importa si en su comienzo o en su conclusión. Algo que en el
inicio habrá de ser modificado, o algo que en su conclusión ha resultado
modificado respecto de su inicio.
Por otro lado Fahren,
la base de la palabra, significa viajar,
ir, andar, guiar, manejar, conducir. El prefijo “er” le agrega la idea de
proceso. Er-fahren es el inicio o conclusión de un movimiento, de un viaje, de
una navegación, de un ir. Es de algún modo “experiencia” al principio, cuando
se comienza a recorrer algo nuevo, es la ruptura con lo ya conocido, y es
“experiencia” también en su conclusión,
lo que queda inscripto al final del camino, lo durable. Es quizás precisamente
el proceso completo, ni sólo el comienzo, ni sólo su conclusión, sino el
proceso en sí mismo. También se señala el vínculo etimológico entre Erfahrung y
Gefahr, que significa peligro, riesgo.
En relación al término
Erlebnis, nuevamente el prefijo “er”, comienzo o conclusión de un proceso, pero
esta vez el origen de lebnis es leben: morar, vivir, estar vivo,
habitar. Erlebnis, “vivencia”, es un término ligado a vida. Gadamer[5]
lo traduce como “estar todavía vivo cuando
tiene lugar algo”. See habla, entonces, de “algo que tiene lugar”, no necesariamente
de algo hacia lo cual el sujeto se acerca en su viaje. Es algo que ocurre, le
ocurre al sujeto, instantáneo.
Quizás esta es una
diferencia importante. Experiencia Erfahrung comprendida como un viaje que
realiza el sujeto de la experiencia, en un sentido más activo. Experiencia Erlebnis
comprendida como algo que le ocurre
al sujeto de la experiencia, en un sentido más pasivo.
Revisemos entonces desde
una perspectiva psicoanalítica ambos conceptos. Si Erfahrung resulta traducida
habitualmente como “experiencia durable”, en contraposición a la vivencia
(Erlebnis), experiencia vivida instantánea, quizás los psicoanalistas deberíamos considerar de
algún modo una inversión de esta descripción: la experiencia que se atraviesa
sin intervención de la conciencia (Erlebnis) precisamente por ello se
constituye en inscripción durable,
pero no en el sentido del recuerdo y su narración, no el sentido de una
apropiación por parte del Yo, sino en el sentido de una marca indescifrable
dentro sí, con la cual el sujeto debe vivir.
Será por eso que Agamben[6]
plantea que “el psicoanálisis nos revela
que las experiencias más importantes son aquellas que no le pertenecen al
sujeto sino al ‘ello’. (…) en el pasaje de la primera a la tercera persona,
debemos descifrar los rasgos de una nueva experiencia” (p. 54).
Gadamer por su parte se refiere a
la Erlebnis: como “algo
inolvidable e irremplazable, fundamentalmente inagotable para la determinación
comprensiva de su significado y que precede
a toda interpretación” (op.cit, p.47).
Quizás no se trata de que la Erfahrung sea durable y la Erlebnis fugaz,
sino que la durabilidad de la Erfahrung concierne al yo, y la Erlebnis es el
resultado de algo que le ocurre al sujeto, lo transforma sin intervención de la
conciencia, y por eso mismo su durabilidad equivale a la huella perenne de ese acontecimiento en el aparato psíquico.
Es fugaz en su acontecer, pero es durable en su inscripción.
Y esto nos va aproximando
a la siguiente encrucijada, que nos
acercará a definir luego de qué se trata la experiencia traumática.
Tercera encrucijada: ¿uno
o dos tiempos?
Quizás toda experiencia,
en tanto inscribe algo novedoso, requiere dos tiempos para su inscripción. Un
primer tiempo en el que sus efectos navegan erráticos por al aparato psíquico, ni
concientes ni inconcientes. Y un segundo momento en el que se produce la
inscripción durable, al modo de la Erfahrung, si las condiciones lo permiten, o
al modo de la Erlebnis si esa inscripción “flota
irredenta en la memoria”, bella imagen de Miguel Morey[7].
Pero sabemos que la temporalidad en psicoanálisis no es lineal. Por lo
tanto la experiencia del presente y la experiencia pasada se resignifican
mutuamente, y aquello que parecía ser objeto de una inscripción durable en el
Yo, puede de pronto resultar desorganizado desde el presente, o aquello
pretérito que nunca fue inscripto en el Yo, encontrar de pronto un anclaje en
el aparato psíquico.
Los dos tiempos de la experiencia que homologan de algún modo
experiencia y trauma, nos acercan a la
cuarta paradoja.
Cuarta paradoja: La experiencia traumática.
La expresión “experiencia traumática”… ¿podría ser acaso un oxímoron?
Vengo de publicar un libro que se llama El trabajo del testigo, Subtítulo:
Testimonio y experiencia traumática[8].
De hecho, en un largo fragmento de este libro me pregunto si se puede hacer
experiencia sobre el trauma. Y concluyo que sí. Pero….. nunca me había
preguntado si la expresión misma no es un oxímoron. ¿No se trata acaso de
pensar al trauma precisamente en sus aspectos desestructurantes, en el
desmantelamiento del aparato, en el efecto desorganizador que el trauma produce? Si un acontecimiento es traumático
precisamente en la medida en que excede la capacidad simbolizante del sujeto, ¿podría
haber inscripción de ese acontecimiento bajo la forma de experiencia? ¿se puede
construir experiencia al interior de un acontecimiento que desmantela al
aparato psíquico?
Esta –de algún modo- era la pregunta de Benjamin en su célebre texto El Narrador.
De todos los esfuerzos de cercamiento del concepto que hemos alcanzado a
recorrer, me propongo ahora hacer el trabajo del espigador: qué tomar de cada
una de las fuentes para poder comprender de qué hablamos cuando denominamos
como traumática a una experiencia.
En las diferentes acepciones del término experiencia hemos encontrado
algunas que remarcan su carácter, digamos,
intencional (un sujeto íntegro que se expone, que decide atravesarla,
que inicia su viaje), es decir, una experiencia que se emplaza en el Yo, y en otras se remarca su carácter
impredecible, el orden de ruptura que implica el encuentro con el objeto de la
experiencia, el desconcierto, la insuficiencia de los recursos preexistentes
Quizás sin que sea explicitado de este modo, también hay en algunas
reflexiones una idea acerca de los dos tiempos de la experiencia, el
anonadamiento primero, lo elaborativo después(Gadamer, op. cit.).
También encontramos –especialmente en la obra de Walter Benjamin- una
referencia al lugar del lenguaje, la verdadera experiencia como aquel evento
subjetivo que accede al lenguaje, atravesado por el lenguaje, que adquiere
estatuto de narración.
Agamben (op.cit.) se pregunta si existe una experiencia sin lenguaje,
previa al lenguaje, y previa por ende a la constitución del sujeto. Esa
in-fancia de la experiencia coexiste luego con la experiencia subjetiva, la del
sujeto. Entrar a la lengua es trasformar lo semiótico en semántico.
En la misma línea, Jay (op. cit, p. 424) se pregunta, por cierto sin hacer
referencia alguna a la experiencia traumática: “¿Puede haber experiencias dignas de ese nombre, experiencias sin el
sujeto robusto, integrado, que nieguen la presencia, la plenitud, la
profundidad interior y la realización narrativa?”
Vemos entonces a qué me refería con la consideración de la expresión
“experiencia traumática” como un oxímoron. ¿Puede haber experiencia, repito,
sin el sujeto robusto, integrado sin realización narrativa? Dejemos planteada
la pregunta, y tratemos de seguir adelante.
Si coincidimos en que la experiencia traumática no es intencional, y que
no hay experiencia sin lenguaje, quizás podamos establecer que existe un primer
tiempo, el de la experiencia traumática que es ruptura, desgarramiento,
anonadamiento, y luego un segundo tiempo elaborativo, en el que la experiencia
de anonadamiento encuentra quizás en la materia lingüística alguna clase de
metabolización, en la cual la nominación de lo vivido produce un alejamiento
del núcleo turbulento.
Lo que intento plantear es que quizás deberíamos nominar de modos
distintos a estas dos instancias del trauma: la primera, experiencia traumática
y la segunda experiencia del trauma. Adjetivar a la experiencia como
traumática, es aludir a esa huella indescifrable, es reconocerle al encuentro
con lo impredecible un efecto de inscripción, una marca que no es fugaz, esa
clase de marca que el psicoanálisis nos permite identificar: durable, y al
mismo tiempo sin sujeto. Durable porque
es sin sujeto, quizás sin lenguaje. Luego, la experiencia del trauma será el trabajo de metabolización que
producirá otra clase de durabilidad, que dispondrá del lenguaje como
herramienta. Veremos que no cualquier lenguaje, y no cualquier palabra.
Pero aún así…. ¿serán siempre dos los tiempos, primero el anonadamiento
a luego la narrativización?
En el libro El trabajo del testigo
me preguntaba: “¿Qué modos de narración podrán construirse a partir de la
experiencia traumática? ¿Será que la experiencia se vuelve apropiable sólo a
partir del momento en que se logra narrarla, sólo si se logra narrarla? ¿Será que se transforma en experiencia
al narrarla? Incluso si esa narración se realiza para uno mismo, incluso si en
esa narración no se agota su sentido, algo permite que su traducción a materia lingüística abra al menos la ilusión de
suponerle un sentido” (p.43).
¿Será entonces que lo traumático se vuelve experiencia cuando se produce
el pasaje de lo semiótico a lo semántico? ¿Serán dos los tiempos que rigen la
experiencia traumática, primero el de la “vivencia” y luego el del encuentro con el lenguaje que
permita narrarla, o son uno y otro el mismo momento en el que se constituyen en
el presente del acontecer las
posibilidades de nominación que harán de ella una experiencia apropiable?
Paul de Man (citado por Jay, op. cit, p. 421) escribe: “en lugar de contener o reflejar la
experiencia, el lenguaje la constituye.”
Más arriba decía que en la narrativización no se trata de cualquier
palabra. Para que el lenguaje pretenda capturar algo de lo vivido, probablemente
serán necesarios un procedimiento y una presencia. El procedimiento será la ficcionalización.
Y la presencia será la de quien escucha. Para que se produzca el pasaje de experiencia
traumática a experiencia del trauma, hacen falta dos.
En relación a lo primero, la ficcionalización: el yo reconstruye lo
vivido uniendo los fragmentos y uniendo especularmente fragmentos de sí
mismo en los que el trauma ha dejado su huella. La ficcionalización podría recubrir el agujero
simbólico al que nos exponen las experiencias traumáticas.
Me pregunto si no será precisamente la capacidad de ficcionalización, así
como la disposición de elementos del lenguaje que den cuenta del sentido de esa
experiencia mientras es vivida, lo que situará al sujeto en mejores
condiciones para descifrarla, y por ende, para soportarla. Si la ficcionalización no constituye el modo
de regular (en el mejor de los casos) una aproximación gradual al horror experimentado
en las experiencias traumáticas. El libro Sin
destino, de Imre Kertész representa un excelente ejemplo de este mecanismo.
Todos nosotros compartimos la noción de que el trauma habla, no es el
acontecimiento crudo embutido en el aparato psíquico, sino su inscripción. Si,
como lo escribe Nietzsche, toda experiencia es una experiencia moral (planteo
fuerte, por cierto), debemos suponer entonces que toda experiencia toca a las
tres instancias del aparato psíquico, y por ende no hay chance de elaboración ad integrum. En ese camino sabemos que
el lenguaje jamás llega a contener la totalidad de la experiencia vivida, y
menos la totalidad de la experiencia traumática.
Les pido que me sigan en lo siguiente:
Gadamer (op.cit., pp 131-149) en su texto Los límites del lenguaje nos enseña que para Platón el pensamiento
no es otra cosa que el diálogo con uno mismo. Y además plantea que todo
enunciado dice sólo una parte de lo que hay que decir y está limitado por el contexto de su enunciación, que
condiciona de alguna manera su sentido (el testimonio ante la justicia es un
clarísimo ejemplo de ello).
Así como en todo enunciado hay un resto que este no contiene, también en
la traducción existe ese resto, lo intraducible.
Podríamos suponer quizás que frente a la experiencia traumática hay un
sujeto conversando consigo mismo, intentando traducir de algún modo eso
indescifrable, encontrándose con lo irreductible, con ese resto que no
entra en el texto, que deja a la
conversación consigo mismo inconclusa. Se
trata de esa conversación íntima que se inicia, y aquí podemos recurrir a
Silvia Bleichmar, con un trabajo de simbolización espontánea frente al trauma, con
los recursos espontáneos con los que el sujeto cuenta para simbolizar una
experiencia desubjetivante. Pero se trata también de una conversación que luego
se continúa con un otro, con quien escucha, que será en definitiva quien podrá
dar forma de relato, narración, historia, a esa experiencia que es todavía experiencia traumática y no ha sido aún experiencia del trauma.
Que quede claro aquí que de ninguna manera estoy pensando en procesos
resilientes. El trabajo elaborativo no es un trabajo en soledad que depende exclusivamente
de los recursos psíquicos de quien ha sufrido el trauma. Todo lo contrario:
estoy pensando en la responsabilidad social que cabe a quien escucha para construir esos recursos, y estoy
pensando también al trauma ya no como evento puntual, fechable, sino como un acontecimiento
que en algunos casos se extiende en tanto no haya condiciones sociales,
políticas o culturales para hacer lugar
a la escucha.
La palabra, el enunciado, es insuficiente,
dice menos, para expresarlo de algún
modo. Pero allí está el otro, el que escucha, el que interpreta, el que puede
encontrar en esa palabra lo que la palabra dice sin enunciar. Ese más de la palabra enunciada. Si este es
habitualmente nuestro trabajo, lo es de un modo crucial frente a la experiencia
traumática. Entonces, decididos a abandonar la idea de inefabilidad de lo traumático,
nos proponemos encontrar ese más que
la palabra nos dice, para construir juntos, narración.
[1]Trabajo presentado en el Panel de Cierre del IX Congreso
Anual y XXIX Symposium “Experiencias en psicoanálisis: consideraciones
metapsicológicas y clínicas”. Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados,
22 de octubre d 2016.
[2] Jay, Martin. (2009) Cantos de
Experiencia, Variaciones modernas sobre un tema universal. Ed. Paidós, Bs. As.
[3] Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede Argentina, Bs. As.
[4] http://www.me.gov.ar/curriform/publica/oei_20031128/ponencia_larrosa.pdf
[5] Gadamer, Hans Georg (2012). Arte
y Verdad de la Palabra. Ed.
Paidós, Barcelona.
[6] Agamben, Giorgio.(2007). Infancia e Historia. Adriana Hidalgo editora, Bs. As-
[7] Curso “Experiencia y alteridad
en Educación”, Flacso, Bs. As.,
2006. Clase Nro. 5 a cargo de Miguel Morey: El
tejido de la experiencia.
[8] Ed. La Cebra, Bs. As., 2016