Winnicott y la pulsión de muerte
Publicada el 08/05/2017 por Alfredo Tagle
WINNICOTT Y LA PULSIÓN DE MUERTE
Alfredo Tagle
Marzo/1917
“Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en
su indeterminación”, dice Freud.
La indeterminación es en filosofía el carácter
de un fenómeno que no depende de otro para su manifestación. En el caso de las
pulsiones, su origen y condiciones de producción corresponden a lo que ya viene
dado, lo constitucional, y que como tal escapa al ámbito del psicoanálisis por
corresponder en todo caso al de la biología. No así, por supuesto, su incidencia
o gravitación en el psiquismo humano. Tan es así que es justamente en la
pulsión, o entre la pulsión y su representante representativo, en donde Freud
ubica el salto de lo biológico al
psiquismo.
Al
considerar a la agresion, la destructividad, el odio o la envidia como
manifestaciones directas de una pulsión nos ocuparemos de sus posibles destinos,
pero nunca de sus condiciones de producción.
Desde sus primeros artículos, Winnicott consideró
a la agresion como un protagonista
necesario para la constitución y crecimiento del psiquismo. Su papel
determinante en el desarrollo emocional se evidencia para él tanto en la delimitación
y fortalecimiento del yo, como en la construcción de la realidad externa, fuera
del alcance de la omnipotencia personal. Para Winnicott “Tanto el amor como el odio implican agresion.” Debido a la importancia
que le adjudica es que desde muy temprano en su obra se dedicó a investigar el
origen de la agresion.
Para él la agresion no deviene de una pulsión específica,
no es constitucional, se construye en relación, en los limites del cuerpo, en
los puntos de contacto y confrontación con lo otro. Al encontrar oposición el
movimiento vital se transforma en agresion, y su caudal, variable para
diferentes individuos, será función del encuentro entre el empuje y vitalidad
constitucionales con las particulares condiciones ambientales con que estas
interactúen.
En cuanto a la destructividad, no existen para él en el origen dos pulsiones en
conflicto, solo una única moción, disruptiva y perturbadora que tiende a la
destruccion. La ve tan potencialmente destructiva como el fuego, y plantea
citando a Plinio: “¿Quién puede decir si en esencia el fuego es constructivo o
destructivo?”. Bajo el imperio de esta originaria y única moción, el amor implica
destruccion, y se manifiesta en la avidez o voracidad que dieron origen al
concepto de sadismo oral. Amor primitivo
para nuestro autor. Denominacion esta última que ya connota una diferencia, el
bebé es cruel desde nuestro punto de vista, pero él todavía no se puede hacer
cargo de la otredad del objeto, ni siquiera de su permanencia. Este amor es
originariamente un impulso, una forma de auto expresión, unidad primigenia de
sexualidad y autoconservación, que tiende a eliminar la presión instintiva, y
que a través de su elaboración imaginativa se acompaña con fantasías predatorias
de destruccion e incorporación del objeto, como ocurrirá para Winnicott en todo
proceso genuino de asimilación, paso obligado para la creatividad. La agresión
y la destructividad son la base de las relaciones objetales vividas como reales.
Pero por más y mejor cubiertas que se
encuentren las necesidades de alimentación y cuidados corporales del bebé, la
tendencia absoluta a eliminar toda tensión, se encamina hacia la muerte de la
criatura de no contar con la presencia de un objeto externo emocionalmente
disponible y estable que propicie y sostenga la elaboración imaginativa de las tensiones y
necesidades en juego, permitiendo al bebé la apropiación de la experiencia. Como vemos la potencia que tiende a contener y
ligar los excesos no proviene para Winnicott de ninguna otra pulsión, sino que
tiene origen en el encuentro de la disrupcion pulsional, vital, con ese primer
objeto, externo para un observador. Si bien es cierto que esta disponibilidad
del objeto externo debe contar con alguna instancia de predisposición
constitucional para que se produzca el encuentro, no parece tener esta las
características que adjudicó Freud a una pulsión.
Para Winnicott, además de las necesidades del
ello, están las necesidades del yo, como él las llamó. La constitución y continuidad
narcisista, esenciales para la vida psíquica, también lo son para la
preservación de la vida biológica. Prueba de ello son las investigaciones de
René Spitz, cuyos dramáticos videos de 1952 muestran a bebes muy cuidados en
sus necesidades corporales, pero que carecían de un vinculo maternante estable.
Después de un período de excitación motriz, llanto continuo, u otras
manifestaciones visibles, parecían irse apagando, como si se vaciaran, dejaban
de llorar, presas de una extrema pasividad e indiferentes al entorno, hasta
quedar inmóviles y con la mirada vacía o en sueño constante, perdían peso y con
frecuencia dejaban de crecer, muchos de ellos llegaban a morir.
Tampoco el
odio le debe, para Winnicott, su virulencia
o intensidad a ninguna pulsión indeterminada, muy por el contrario lo considera,
como también lo hace Freud en “Pulsiones y destinos de pulsión ”, un logro relativamente
tardío, ya que, a diferencia de la rabia, requiere de una mínima integración
del objeto, y por ende del yo. Pero además, en sus primeras manifestaciones, el
odio no se encuentra diferenciado del amor. Es éste primitivo vínculo de amor-odio
indiferenciado lo que Winnicott encuentra en pacientes esquizofrénicos.
La madre odia al bebé antes de que éste la odie
a ella, y antes de que pueda saber que su madre le odia, dice Winnicott en “El
odio en la contratransferencia”. Si la madre no es consciente de su odio o no
puede hacerse cargo de él, diferenciándolo del amor, la cosa se complica para
el bebé, quien sólo será capaz de creer que es amado después de haber sentido
que es odiado. Como vemos, nuestro autor considera al odio como un sentimiento saludable
y útil para la vida, de indispensable reconocimiento en el análisis, tanto en
el paciente como en el analista. Winnicott denomina sentimentalismo al intento, patológico y patologisante, de negar o
reprimir el odio o la agresion inherentes a toda relación humana.
La compulsión de
repetición
La repetición de situaciones dolorosas,
desafiándo la primacía del principio del placer o por lo menos prescindiendo de
él, fue el observable clínico que llevó a Freud a especular sobre la presencia
en el psiquismo de una fuerza tendiente a la desintegración. Algo parecía
desbordar en estos casos la lógica, largamente recorrida por el psicoanalisis,
de la presencia simultánea de placer y displacer en diferentes compartimentos
del sujeto dividido.
También Winnicott se vio interpelado en su
clínica por modalidades de la repetición cuya razón de ser era oscura y parecía
ir más allá de la búsqueda de placer. Es más, justamente las escenas más
dolorosas del pasado temprano, puntuales o extendidas en el tiempo, eran en
algunos casos, las que pulsaban por reeditarse en transferencia. Si bien su
meta última no era la obtención de alguna forma de placer, tampoco para
Winnicott lo eran la destruccion o el dolor, sino la restauración del Ser. Las
entendió como vacíos o rasgaduras en la constitución narcisista en busca de
reparación. La natural dependencia del bebé en su vinculo originario se hacía
presente ahora a través de una muy particular modalidad de regresion transferencial
propiciada por vinculo y el método: la regresión a la dependencia.
La inconcebible agonia primitiva no puede
convertirse en pasado a menos de que el yo, ahora auxiliado en transferencia,
pueda integrarla como experiencia y bajo su control omnipotente actual. Luego
de su implosion, el yo había organizado defensas que ahora ceden, para por fin
permitirse dar cabida a aquel derrumbe ya ocurrido, el trauma perdido, en
palabras de Roussillon.
Algunos párrafos de la correspondencia de Winnicott referidos al tema (En la Sociedad Psicoanalítica inglesa en esos años)
En la contestación a una carta de Money-Kyrle,
dice Winnicott:
“De la expresión instinto de muerte se abusa en
nuestra Sociedad más que de cualquier otro término, utilizándola en lugar de la
palabra agresión, o impulso destructivo, u odio, en forma que, estoy seguro,
hubiera horrorizado a Freud.” (Carta a Roger Money-Kyrle – 1952)
En carta a Anna Freud y en referencia al estado emocional de la madre en los inicios de la existencia del bebé, escribe Winnicott:
“Todo esto se liga muchísimo con las
dificultades que la Sociedad tiene en la actualidad para rastrear las raíces
tempranas de la agresión no fusionada, lo cual se refleja, en mi opinión, en la
insistencia temporaria (confío en que lo sea) de la señora Klein sobre lo que
ella llama envidia innata, algo que envuelve la idea de un factor genético
variable.” (Carta a Anna Freud-
Noviembre de 1955)(pág 169)
En carta a Michael Fordham en la que comenta un
trabajo de éste presentado en la Sociedad, aparentemente sobre la destruccion y
el asesinato del terapeuta por parte de un niño psicótico, escribe Winnicott:
“Estoy seguro de que Melanie Klein procuraba abordar
esto en su libro la “Envidia”, pero desgraciadamente, para aquellos de nosotros
a quienes nos gusta explorar, falló en algún aspecto importante cuando
rápidamente saltó por encima de las realidades de la dependencia hacia la
herencia.” (Carta a Michael Fordham – Junio 1965)(pág 240)
El concepto de envidia primaria empaña para
Winnicott el concepto de sadismo oral de M.Klein, que es útil porque se
articula con el concepto biológico del hambre que impera en la primitiva
relación de objeto.
Teoría de los dos
principios
Sin embargo, Winnicott acompaña a Freud en su hipótesis
francamente especulativa y hasta mitológica, de la oposición de dos grande
principios que actuarían ya desde el mundo físico como atracción y repulsión,
pasando a tomar la forma de anabolismo y catabolismo en los seres vivos.
Empedocles, quien según Winnicott, “quizás dio
un paso más adelante que Freud en su teoría”, postula que la conformación de los
diferentes entes del universo, y sus mutuas interacciones, se dan bajo el imperio de dos
fuerzas en permanente conflicto. El amor que tiende a aglomerar lo existente en
unidades cada vez mayores, y la discordia a disgregarlo interminablemente hasta
separar sus cuatro componentes originarios. En ambos extremos, la meta final a
la que tiende el amor y el polo hacia el que apunta la discordia, no existirían
entes diferenciados, se fundirían en un todo absoluto bajo el dominio del amor
o se disolverían en un mar de partículas desagregadas con la primacía de la
discordia. La fuerza de la discordia, en equilibrio con el amor, constituye y
preserva la diversidad de los entes, evitando que se pierdan en la fusión hacia
la que los empuja el amor. Visión que Winnicott encuentra solidaria con la
suya, en la que la agresión tiende a separar, propiciando el nacimiento del yo
diferenciado del no-yo, y también, el permanente tallado de la realidad.